El continuo avance del Covid-19 en nuestro país nos está demostrando que los más de setenta días de “martillazo” no están funcionando. Nadie quería que ello ocurra, pero de ser un país con graves problemas de infraestructura sanitaria, pero con recursos suficientes para afrontarlos, hemos pasado a ser un país preso de una pandemia que no tiene claro qué hacer para salir de ella.
El “martillazo” debió durar poco. En el ámbito laboral, esa estrategia se tradujo en la emisión de normas que obligaron a pagar salarios sin trabajo ni producción y en dificultar el funcionamiento de las pocas formas de desahogo de nuestro rígido marco normativo. Es como si, para protegerlo, se hubiera querido mantener el mundo del trabajo formal al margen de la crisis. Y todo esto a pesar de que el setenta por ciento de la población laboral es informal y esas normas y medidas no les alcanzan. El resultado lo estamos viviendo: el país tiene paralizado buena parte de su aparato productivo, el desempleo es creciente y los ingresos están viéndose mermados, a lo que se suma la triste realidad de un creciente número de contagios y muertes.
Habrá que ser más creativos entonces, porque lo que debe reducirse son los contagios y las muertes, no el empleo, ni los ingresos, ni la producción, sea formal o no. Y para eso debemos dejar de lado el martillo o aplicarlo selectivamente y recurrir a otras medidas. Y en el ámbito laboral eso significa flexibilizar temporalmente el marco normativo y, sobre todo, su aplicación. La idea es que este sea adaptable y facilite las medidas económicas, políticas, sociales y sanitarias que el Estado va a tener que implementar para salir de la situación en la que estamos.
Ya sé que la palabra flexibilización resulta herética para algunos, pero habrá que implantar un régimen laboral de emergencia que promueva la actividad económica y el trabajo remunerado responsable mediante mucho control sanitario y reglas que faciliten la distancia social: modificaciones de turnos, horarios y jornadas que permitan gestionar el home office, el teletrabajo y el trabajo presencial e impidan la aglomeración de personas; reglas y protocolos de salud que no se autoricen previamente, sino que se supervisen una vez implementados a fin de que los empleadores se hagan responsables de ellos; modificación de estructuras salariales, excepciones a la normativa legal negociadas colectivamente y flexibilización de los derechos indisponibles, que permitan construir compensaciones muy variadas y modificaciones a los regímenes de contratación laboral que faciliten reorganizar las empresas, entre otras medidas. Y, luego de ello, tendremos que ver qué hacemos con el modelo de relaciones laborales futuro.
El mundo va a cambiar después de esta crisis, y eso incluye las relaciones laborales. La crisis nos da la oportunidad de pensar en cuál es la mejor manera de regularlas y de proteger a los trabajadores, sobre todo porque la realidad nos está mostrando, con la dureza de un martillazo, que el camino que han elegido nuestras autoridades no parece ser el correcto.