La pandemia nos ha tocado a todos. De una u otra manera hemos tenido que lidiar con la enfermedad. Algún familiar, un amigo próximo, un compañero de trabajo o un vecino cercano ha caído presa de esta enfermedad. No es agradable despedirse de manera remota y menos causar un contagio involuntario. Pero ha pasado.
Lo acontecido en el mundo y concretamente en el Perú, ha permitido ver las deficiencias que tenemos como nación, y encontrar a un Estado que no puede controlar el país, ni dar mínima cobertura a sus miembros. La inevitable convivencia entre la formalidad y la informalidad ha quedado al descubierto. La inmediatez, el solo yo importo, la proyección de nuestras falencias, nuestras ansiedades y su descontrol, entre otros rasgos de comportamiento, se han puesto de manifiesto. Claramente para nadie es fácil. Sin embargo, en este escenario de alta incertidumbre y caos estructural, han existido personas y organizaciones que han sabido como crecer y enfrentar la difícil situación. Con creatividad y con líderes compenetrados se ha podido cambiar hábitos, estimular la resiliencia y brindar claridad. Sostenerse y reinventarse.
Buscar solución a los problemas que el mundo actual nos plantea no se aprende en ninguna escuela. Las organizaciones y las personas que solo cumplen con hacer lo que se les pide y repiten lo que venían haciendo, ya no funcionan. La tecnología, la innovación o el trabajo remoto nos dicen que debemos transformarnos. Se ha tenido que crear modos diferentes de liderar, de manejar equipos, de comunicarnos. Un desaprender y aprender continuo, que parece no tener cuando acabar.
En estos tiempos de incertidumbre, se ha generado una necesidad de rediseñarse y convertirse en un líder de la crisis. Un líder que poco ha podido aprender sobre cómo gestionar personas en época de pandemia. Habitualmente un líder se prepara: Busca información, lee, observa o aplica metodologías. Creemos muchas veces que el conocimiento y el aprendizaje continuo son necesarios. El aprendizaje y la especialización son importantes, pero no suficientes. Si algo bueno nos ha traído esta pandemia, es el aprender a desarrollar la capacidad de crear y de eliminar la cultura de conocimiento puro y entrar a un modelo de descubrimiento continuo y de resolver problemas constantemente. Se ha tenido que experimentar, innovar y exprimir la capacidad de crear soluciones que no conocemos. Y esto se ha dado en todos los niveles y sectores. Hemos debido adaptar la forma de trabajo, consiguiendo flexibilidad e inmediatez.
Esta nueva realidad, nos ha obligado a revisar la forma en que estábamos haciendo las cosas, para que nos acomodemos a vivir en un mundo en donde los procesos deben y tienen continuamente que variar. ¿Queremos regresar a lo anterior? Cada día que pasa será más difícil. En este momento nos tenemos que dar cierta libertad para cometer errores. Cometerlos para mejorar a partir de ellos. Y no para juzgar o desfallecer en el intento. Algo más de serendipia que nos permita encontrar respuestas en la casualidad. En esta época de desorden y de incertidumbre, debemos aprender a descubrirnos y cambiar lo que hacíamos. A encontrar lo inesperado. A inspirarnos en el desorden y en el caos que supone que lo perfecto es enemigo de lo creativo. El orden nos ciega porque creemos que es el único camino. El desorden nos trae ineficiencias e inconvenientes. El orden es bueno, pero la perfección no existe. Lo que carece de error no es humano. Hay que atreverse. Algo de desorden trae flexibilidad, adaptación y genera entropía. En aprender y aceptar las diferencias, puede ser que encontremos una respuesta a lo que buscamos.
Publicado en Diario Gestión.