Frente a los nuevos retos, resulta importante una acción colaborativa entre trabajadores y empleadores. Se puede pactar con el empleador, una jornada flexible para atender los asuntos de familia o temas personales.
Con la aparición mundial del coronavirus, en nuestro país se declaró el Estado de Emergencia Sanitaria, lo cual limitó gran parte de las actividades económicas y exigió medidas urgentes para evitar la propagación del virus. En el ámbito laboral, una de las medidas fue la implementación del trabajo remoto (DU 026-2020), que permitió a los empleadores públicos y privados modificar el lugar de trabajo sin requerir el consentimiento del trabajador.
Si bien hoy el trabajo remoto está en boga, la idea del “trabajo en casa” no es novedosa. Nació el año 1973 con el objetivo de eliminar el tiempo dedicado al traslado al centro de trabajo, pues el exceso de tráfico originaba en muchas ocasiones tardanzas, además que limitaba las posibilidades del trabajador de un mayor tiempo de descanso. Así, resulta claro que el trabajo remoto presenta grandes ventajas al empleador (con la reducción del consumo de energía y de gastos de mantenimiento de las oficinas), debe tenerse en cuenta que también tiene impacto en las relaciones familiares y en el cumplimiento de metas personales de los trabajadores.
Por ello, su implementación no está exento de dificultades. Uno de los principales es intentar demarcar con nitidez la faceta profesional con la familiar y personal. En efecto, la gran mayoría de empleados en el Perú tiene una mentalidad afincada al espacio tradicional, donde la oficina es concebida como el espacio natural de desenvolvimiento de las actividades labores. Ahora, el trabajador no solo debe ajustar sus horarios a los establecidos por el empleador, sino que además debe asumir las responsabilidades propias del hogar (atención de los hijos, compartir las tareas domésticas con los demás miembros de la familia, gestionar el uso de las herramientas tecnológicas para evitar interrupciones y conflictos, etc.) Si a esto, le aunamos la baja calidad del servicio de Internet, la existencia de brechas digitales (los trabajadores de edad avanzada tienen mayores dificultades) y el aislamiento, observamos que todavía hay mucho por hacer.
Frente a estos nuevos retos, resulta importante una acción colaborativa entre trabajadores y empleadores, quienes pueden contrarrestar los efectos negativos del trabajo remoto proyectando las siguientes acciones: i) en caso de deficiencias tecnológicas, poner a disposición del trabajador los instrumentos necesarios para llevar a cabo la tarea de manera oportuna, eficaz y eficiente (computadoras, acceso a internet, etc.) y con la debida capacitación; ii) desarrollar una cultura de prevención frente a los riesgos de salud y seguridad que conlleva el trabajo a distancia (pausas activas), sin dejar de lado la salud mental; iii) el trabajador debe organizar adecuadamente el tiempo de trabajo, pudiendo pactar con el empleador la instauración de una jornada flexible para atender los asuntos de familia o personales y que estos no compliquen el cumplimiento de las tareas.