No existe área o actividad económica en la que la pandemia de la COVID-19 no continúe generando estragos. Esta crisis sanitaria ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestras estructuras a todo nivel y no solo ha detenido, sino que ha involucionado las iniciativas para erradicar desigualdades, por ejemplo, en el campo del empleo de la mujer.
Según las estadísticas nacionales, tradicionalmente, el empleo femenino se concentra en el mercado informal -donde hay un alto nivel de autoempleo- y en los trabajos con jornada a tiempo parcial, lo que va de la mano con inestabilidad laboral, menores ingresos mensuales, carencia de seguro de salud y la inexistencia de fondos ante el desempleo.
Y, en tiempos de pandemia debemos sumarle el sesgo cultural asignado a las mujeres de naturales cuidadoras de la familia, lo que no solo eleva sus horas dedicadas al trabajo no remunerado, sino que incluso ha contribuido a que su tasa de desempleo sea mayor. Ello pues las necesidades de cuidado del hogar no pueden dejar de ser atendidas, y en ese escenario, se prefiere la conservación del empleo de mayor ingreso, que es normalmente masculino.
Si bien la transformación de esta realidad requiere de la existencia de medidas estatales, (que busquen, por ejemplo, reducir la informalidad o integrarla con el aseguramiento social), ello no impide subrayar la necesidad que desde la empresa privada se ejecuten iniciativas que sean un real compromiso por impulsar el camino hacia la equidad (según el BID, en la región, en promedio son mujeres: el 9,2% de los ejecutivos de empresa; el 8,5% de los miembros de las juntas directivas; y, solo el 4,2% de los directores generales).
¿Por qué es importante? Esto debería ser así no solo porque es hoy lo socialmente correcto, o porque el fortalecimiento de la capacidad económica de las mujeres nos ayudará a sobrellevar mejor futuras crisis, sino porque existe evidencia que ratifica el valor agregado en las organizaciones que apuestan por la equidad de género en los distintos niveles de toma de decisiones, ya que se benefician de un enfoque integral que aprovecha la inteligencia, empatía, habilidades y experiencia de mujeres y hombres por igual.
Desde el sector privado pueden crearse iniciativas que, por ejemplo, sensibilicen sobre la inadecuada distribución de las tareas de cuidado familiar y promuevan la corresponsabilidad; o, iniciativas para propiciar el empleo de mujeres a cargo de hogares monoparentales; o fomentar el mayor empleo femenino en actividades más lucrativas vinculadas a la ingeniería, manufactura, construcción y tecnología (disciplinas STEM).
Será interesante ver qué otras medidas se promueven desde el sector privado en el campo del empleo femenino. Esperemos que realmente se unan esfuerzos para no seguir perdiendo terreno en acortar la brecha de la inequidad, que esta pandemia lamentablemente está acentuando.