Antes del COVID-19, muy pocos habían prestado atención a la importancia de las condiciones sanitarias en el trabajo. A pesar de que la OIT advirtió hace muchos años que la cantidad de muertos en el trabajo asciende a un millón al año; en el Perú, más allá de algunas reformas normativas, el impulso de estas exigencias tenía más un carácter incidental que de una agenda prioritaria.
Sin duda, el mercado laboral peruano, con un gran nivel de informalidad y precariedad, difícilmente alcanza los estándares internacionales de trabajo decente y de protección en seguridad y salud ocupacional.
Si bien los esfuerzos del Gobierno, desde el inicio del Estado de Emergencia Sanitaria, se han centrado en mantener la fuente de trabajo, a través de la entrega de subsidios y auxilios económicos, ahora que se ha flexibilizado la medida de aislamiento social obligatorio, deberá observarse una nueva dinámica que favorezca la reanudación de actividades económicas en condiciones favorables para los trabajadores.
Los grandes retos que tendrá que enfrentar el Estado, los trabajadores y los empleadores son, entre otros, los siguientes: Primero, controles más severos en seguridad y salud en el trabajo. En países como Italia, se ha evaluado el riesgo de contagio que tiene cada profesión, siendo los farmacéuticos, los policías, los peluqueros y los deportistas profesionales las actividades con mayores riesgos. En el Perú, si bien no se cuenta con un listado tan detallado, se han dictado lineamientos de vigilancia, prevención y control de COVID-19, que deberán ser respetado estrictamente y ser adaptados a los niveles de riesgo que enfrenten.
Segundo, preferencia por el trabajo a distancia. Muchas actividades virarán al teletrabajo de forma permanente. Aquellas empresas que han implementado el trabajo remoto ya tienen una experiencia de sus ventajas, por lo que tendrán una visión más clara de las repercusiones en la productividad, y los trabajadores estarán más familiarizados. Tercero, modificación de las condiciones de trabajo. Muchas empresas replantearán su actividad, lo cual, en algunos casos, implicará una adaptación en la forma de organizar el trabajo, y en otros, una total reconversión. En China, ya se ha implementado horarios flexibles de entrada y salida, sin afectar el total de horas de trabajo. En los casos más extremos, se reasignarán las funciones de los trabajadores para que se adecúen a las nuevas exigencias sociales y de salud.
Cuarto, despidos masivos. Como consecuencia de las pérdidas económicas, muchas empresas implementarán nuevos casos de despidos y ceses colectivos. Naturalmente, esto incrementará la carga administrativa y judicial y generará un mayor número de tensiones sociales por el desempleo.
El cambio de hábitos sociales repercutirá directamente en el trabajo. La capacidad de adaptación de los actores laborales definirá la subsistencia de los entornos productivos ante esta grave amenaza viral.